Noviembre negro

Hace 99 años la Declaración Balfour marcó el comienzo de un proyecto colonial de trágicas proporciones

Publicado orginalmente en Al Jazeera y traducido por J.M. para Rebelión. Traducción editada por María Landi. Visitar original en castellano.

por Ilan Pappé ( historiador israelí )

 Noviembre es un mes doloroso en el calendario palestino. Está marcado por conmemoraciones que tienen un tema en común: la partición de Palestina.

El 2 del noviembre de 2016 fue el 99º aniversario de la declaración Balfour, que aunque no habló de partición, sembró la semilla que más adelante le permitiría al movimiento sionista apoderarse de Palestina. El 15 de noviembre se conmemora la Declaración de Independencia de Palestina, promulgada por el Consejo Nacional Palestino (CNP), el cual, aunque reacio, fue un consentimiento palestino a la partición, a pesar de la injusticia y la criminalidad que semejante acto implicaba. Al final del mes, el día 29, conmemoramos la resolución 181 de la Asamblea General de la ONU, que en 1947 recomendó la partición de Palestina en dos estados.

Al ponerlas en secuencia cronológica correcta, podemos ver una línea directa entre la Declaración Balfour de 1917, la resolución de partición de la ONU de 1947 y el documento del CNP de 1988. Vale la pena volver a leer las sabias palabras de Edward Said sobre la Declaración Balfour:
“Lo que es importante sobre la Declaración, en primer lugar, es que durante mucho tiempo ha sido la base jurídica de las reivindicaciones sionistas en Palestina; y en segundo lugar -y más crucial para nuestros propósitos aquí- es que fue una declaración cuya fuerza de posición sólo puede ser apreciada cuando se comprende con claridad la realidad demográfica o humana de Palestina. Porque la Declaración fue hecha (a) por una potencia europea (b) sobre un territorio no europeo (c) con total indiferencia hacia la presencia y los deseos de la mayoría de los habitantes nativos de ese territorio, y (d) consistió en una promesa a otro grupo extranjero de que podría, literalmente, hacer de dicho territorio el hogar nacional para el pueblo judío”. 

De hecho fue más que eso: le permitió a un movimiento colonial, aparecido tardíamente en la historia, concebir un proyecto exitoso aun antes de poner un pie sobre esa tierra o de haber tenido allí una presencia geográfica y demográfica significativa.

 El político británico Lord Arthur Balfour señala una característica de la Iglesia del Santo Sepulcro al gobernador Sir Ronald Storrs durante una visita a Jerusalén, abril de 1925 [Getty]

El político británico Lord Arthur Balfour señala un detalle de la Iglesia del Santo Sepulcro al gobernador Sir Ronald Storrs durante una visita a Jerusalén, en abril de 1925 [Getty]

El político británico Lord Arthur Balfour señala un detalle de la Iglesia del Santo Sepulcro al gobernador Sir Ronald Storrs durante una visita a Jerusalén, en abril de 1925 [Getty]

“La lógica de la eliminación de los nativos”
Cuando el sionismo llegó a Palestina, la población nativa estaba mucho mejor equipada que los indígenas o aborígenes americanos para hacer frente al peligro. También tenían una comprensión mucho mayor sobre los conceptos de autodeterminación y nacionalidad que cualquiera de los otros pueblos indígenas de ese momento.

En 1917, la población palestina habitaba su tierra natal en forma casi exclusiva, y poseía la mayor parte de la tierra. Sólo con ayuda de las bayonetas británicas pudo el proyecto colonial sionista sobrevivir en sus primeras etapas a las revueltas palestinas de 1920, 1921, 1929 y, en particular, a la de 1936.

El ejército británico empleó una inmensa fuerza, que incluyó la Real Fuerza Aérea, para sofocar el levantamiento palestino de 1936, el cual duró tres años y concluyó con la eliminación del liderazgo nacional palestino por parte de los británicos, ya sea mediante el asesinato o el exilio.

Ese fue el principal legado del proyecto Balfour: no tanto la consagración de su texto, sino la política que le siguió, y que condujo finalmente a la catástrofe de 1948.

Había funcionarios británicos en su país y en el terreno que tenían dudas y reparos sobre la alianza con el sionismo. Ellos dieron su opinión cuando el gobierno británico envió una Comisión Real de Investigación para analizar los orígenes de la revuelta de 1936. La comisión esperaba rectificar en parte la injusticia, sugiriendo la partición del territorio entre los colonos y la población nativa.

Los dirigentes sionistas instaron a los británicos a sacar a los palestinos de cualquier área que fuera concedida a los colonos sionistas, pero eso fue algo que Londres se negó a hacer. Sin embargo, al legitimar la partición de Palestina como una “solución” con credibilidad internacional, Gran Bretaña claramente asoció este acuerdo geográfico al impulso básico de cualquier movimiento colonial, tan brillantemente definido por el fallecido Patrick Wolfe como “la lógica de la eliminación de los nativos”.

Con semejante bendición, no es de extrañar que, a partir de ese momento, la partición y la limpieza étnica fueran de la mano en el pensamiento y la práctica sionistas.

Cuando el gabinete británico anunció su decisión de abandonar Palestina a principios de febrero de 1947, y trasladó el futuro del país a la ONU, surgió la oportunidad histórica de unir una vez más la partición con la transferencia de la población.

Esta vez la dirección sionista no buscó la legitimidad internacional para la transferencia; venía implícita con la partición. Se asumió correctamente que la partición, en particular dos años después del Holocausto, sería aceptada internacionalmente como una solución justa, moral y razonable.

Un crimen europeo

El natural rechazo palestino a la idea de repartir su tierra natal con los colonos, la mayoría de los cuales habían llegado sólo unos pocos años atrás, cayó en oídos sordos en Occidente.

Instalar a los judíos en Palestina, sin necesidad de enfrentar lo que Europa había hecho con ellos en la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en la salida más fácil del momento histórico más feo de Europa.

Como resulta claro hoy por los documentos, la dirigencia sionista consideró a la vez la resolución de partición como la legitimación internacional para establecer un Estado judío en Palestina, y el rechazo palestino como el pretexto válido para la limpieza étnica de la población nativa.

El mundo árabe apoyó el rechazo palestino, y al principio esperaba cambiar la resolución a través de medios diplomáticos. Cuando se hizo evidente, durante los primeros meses de 1948, que la limpieza étnica de Palestina iba en serio (a principios de mayo, muchas localidades palestinas fueron despobladas y algunas arrasadas por completo por las fuerzas sionistas), la opinión pública árabe exigió más a sus gobiernos.

El colmo fue la matanza de Deir Yassin, en abril de 1948. Tras ella, la Liga Árabe comenzó a coordinar una operación militar a gran escala para detener la destrucción de Palestina.

No todos los líderes árabes estaban genuinamente interesados en este objetivo, y ninguno de ellos estuvo dispuesto a aportar a la campaña una fuerza militar significativa.

El resultado fue una derrota total a manos de las fuerzas israelíes, que continuaron la limpieza étnica de la población palestina sin ningún reproche o intervención internacional.

Ocupación

Dos áreas quedaron fuera del alcance de Israel: la Franja de Gaza y Cisjordania. No porque Israel careciera en ese momento de poder para ocuparlas, sino porque sus líderes decidieron que Cisjordania constituía un riesgo demográfico, y la Franja de Gaza podía servir como la gran receptora de los cientos de miles de refugiados que Israel empujó hacia el sur de Jaffa y Jerusalén.

Sin embargo, ya desde 1948 había un lobby operando en Israel para exigir la ocupación de esos últimos restos de Palestina. La oportunidad llegó en 1967. Poco después se hizo evidente que, al menos para algunos israelíes, éste no era un hecho positivo. La ocupación de las tierras de millones de palestinos resultó ser un inesperado dolor de cabeza político y, durante un tiempo, una carga financiera.

Surgió entonces el ‘campo de la paz’ israelí, que nació con el deseo de controlar esas dos áreas desde fuera y de concederles la autonomía. Y más tarde algunos miembros del movimiento estuvieron dispuestos incluso a llamar a esas áreas un Estado.

La Declaración Balfour es una carta escrita por el entonces ministro de Asuntos Exteriores Arthur James Balfour confirmando el compromiso del Reino Unido para establecer un Estado judío en Palestina [Al Jazeera ]

Al mismo tiempo, los colonos, con y sin el beneplácito del gobierno, comenzaron a colonizar Cisjordania y la Franja de Gaza. Al igual que en 1936, en 1987 el pueblo oprimido trató de sacudirse de encima el proyecto colonial. Esta vez hubo alguna reacción internacional positiva, que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) esperaba poder galvanizar a favor de la causa. Parecía que incluso EE.UU, en la era pos Guerra Fría, podría cambiar su actitud.
Sustituir la presencia por la ausencia La bendición americana vino con un precio: la exigencia de que la OLP reconociera la partición de Palestina y aceptase la pérdida de casi el 80 por ciento de su patria.

La Declaración de Independencia navegó entre el pragmatismo exigido y la lealtad a los principios morales y básicos del movimiento de liberación. La partición fue reconocida como un crimen y a la vez un hecho consumado.

A pesar de la injusticia histórica cometida contra el pueblo árabe palestino al desplazarlo y privarlo de su derecho a la autodeterminación tras la aprobación de la Resolución 181 de la Asamblea General (II) en 1947, que dividió a Palestina en un Estado árabe y un Estado judío, aún hoy esa resolución sigue fijando precondiciones para otorgar la legitimidad internacional que garantizaría al pueblo árabe palestino el derecho a la soberanía y la independencia nacional.

Eso podría haber funcionado si la partición hubiera sido una estrategia o visión genuinas del Estado colonial de Israel. Sin embargo, conceder exclusividad demográfica y total posesión geográfica es un escenario impensable para cualquier proyecto colonial de asentamiento. El objetivo es desplazar a la población nativa y sustituirla. O como dijo muy bien Edward Said, sustituir la presencia por la ausencia.

Desde la perspectiva israelí/sionista, la partición sólo puede ser un medio para completar el proyecto de colonización, nunca puede ser utilizado para limitar o renunciar a dicho proyecto.

De ese modo, la Declaración de Independencia no afectó la realidad sobre el terreno, como tampoco lo hicieron ninguno de los posteriores intentos internacionales, regionales o locales para revender la idea de la partición como una “solución de dos estados”.

El discurso de la partición continuó, mientras la realidad del colonialismo de asentamiento ha cubierto hoy casi cada pulgada de la Palestina histórica.

Noviembre es un buen mes para reflexionar sobre por qué la partición, que en la jerga estadounidense se describe como la mejor manera de mantener a los vecinos contentos, significa ocupación, colonización y limpieza étnica.

Las semillas se sembraron en 1917, se cosecharon en 1947 y envenenan al país desde entonces. Ya es tiempo de adoptar un punto de vista moral y político nuevo sobre esta historia, en aras de un futuro mejor.

El historiador israelí Ilan Pappé es Director del Centro Europeo de Estudios Palestinos en la Universidad de Exeter. Ha publicado 15 libros sobre Oriente Medio y sobre la cuestión palestina, siendo el más famoso “La limpieza étnica de Palestina” (2006).

María Landi es una activista de derechos humanos latinoamericana, comprometida con la causa palestina. Desde 2011 ha sido voluntaria en distintos programas de observación y acompañamiento internacional.

 

A fin de crear un Estado exclusivamente judío, los habitantes originales de la tierra, los palestinos y palestinas, tenían que ser removidos. Esa era la visión sionista. Una visión que eventualmente llevó a la “Nakba” o catástrofe de 1948. No fue un acontecimiento puntual, sino un proceso continuo hasta hoy. Video de Al Jazeera (en inglés, 1:30).

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